martes, 27 de enero de 2015

Mario Rivero: Salmo III


Mario Rivero




























Entra la mañana. 6 en punto. Y entonces se
apagan las lámparas. Suavemente,
los últimos copos de sueño se alzan.
Del otro lado –lo muy cercano todavía invisible–
las montañas como escollos de la visión, que separan,
los que marchan con sus pasa-montañas y sus tanquetas
que despiden un olor como de azufre, un olor a rayo.

La muerte nos pisa los talones, con ahínco.
Colombia tiene mares, tiene aguas, pero se baña en sangre.
Y no es fácil vivir en compañía de la Muerte,
su vientre es redondo, caliente, como el vientre de una mujer preñada.

La guerra, la ira-roja brilla,
en los ojos del hombre de uniforme.
En los ojos del hombre de paz.
Brilla en los ojos de todos por igual.

Fuego en los ojos,
fuego en las bocas,
fuego en las moradas.

Soplado desde ese aliento que los hombres
                                        llamamos Guerra,
enorme, cierto, el Terror, en traje de carnicero,
entra a los poblados. Al tañido de sangre,
clamamos para que este Cáliz pase.
Aunque nunca hemos sido por nadie escuchados.

¡Oh, la tristeza en la choza del agricultor!
convertida en un horno, que sofoca y abraza.
El fuego corre de prisa sobre el filo del viento.
Modela, de continuo, desde los oleoductos, una densa
columna funeral, por caminos de brasa.

Y ésta es la tierra que se repartirán echando suertes,
combatientes, cada uno con su cuadrilla.
—El salario del oprobio y del martirio—.
Una y dos y tres veces, no escapará a la zarpa
y al furor enemigo. Porque esta es la tierra,
que nos están cortando en trizas,
descarnando hasta el hueso, un territorio en vilo.
Marchan el uno contra el otro, —hermanos,
sin conocerse el uno al otro, —adversarios,
donde quiera que pisan.
Ojo por ojo y diente por diente, año tras año,
secuestran, torturan, ajustician,
a quienes esperan la llamada cabizbajos,
con férrea mano llamando a lista,
sin dar reposo al rostro del martirio.
Como aves de carroña, con ojos rojos, alían
violencia y provecho, los Mercaderes de la Guerra,
mientras todos los demás plañimos.

de los pequeños caseríos escapa el suspiro fantasmal.
El pequeño “por qué” sin respuesta.
En la evidencia de los hechos más allá de todo argumento.
—Quicio de una casa, base de un fogón, piedra de una cerca—.

La carretilla tumbada de costado.
El zapato tenis tirado allí, en el yermo.
Sin que a los hombres que somos en estos tiempos nos importe.
Sin que nos importe a los hombres que hemos llegado a ser en estos tiempos.

¿Qué importa el humo del sacrificio de tantos oscuros Abeles?
(aunque cualquiera puede estar comprendido en ese hombre).
¿El humo imperturbado que disuelve lo
                      construido con el sudor del hombre?

El salmo del esfuerzo perdido es el que compongo.
El lamento del brevo, del granado,
el manzano y el durazno chamuscados,
de los cuerpos ardiendo como velas.

La pena de este “Ahora” desde el “Siempre” del mundo.
El viento fratricida todo lo abate con su enormidad.
Y la voz se tiñe de pesar por Caínes y Abeles.
Niños- soldados, niños guerrilleros.
Solo chiquillos bajan   al Mundo-de-los-muertos.
Al lugar de la muerte sólo  los chiquillos vienen.
La sangre verde, manando en fuente, afrenta cada día,
a la Casa Materna, Casa de La Contienda.

¿Lo sabes tú? ¿Te inquieta?
¿Qué está ocurriendo bajo tu pie, muy hondo?
¿Qué está pasando ininteligible a tu  puerta?

En el adoquín de las ciudades.
En el lecho de las hojas,
el involuntario y el voluntario,
masacrados; ¿cuántos más? y ¿por qué?

El sol, con un algo de bueno, aún despunta sobre el campo baldío.
Alumbra la desierta vereda.
Amargas mujeres, madres y viudas, con los vestidos negros
dejan poblados. Se han ido…se han ido…
Las caras mudas vueltas hacia lo alto.
Cosechas, salud e hijos desaparecidos.
Ruinas… negro cascajo…cenizas de la tierra. ¿No lo ves?

Bajo las manos que nos lavamos, sentimos la compasión punzante.
Causa casi tristeza el poetizar. No obstante,
nos sumergimos en el arte que exorciza.
O rezamos plegarias que nos purifiquen.
Lejanos y sin pecado, sobre el agua revuelta,
al enemigo mismo pedimos auxilio.
Y al Gran Ojo Ordenador de Gentes
plañimos el perdón, por los reos del cielo.

Aparta la mirada.
Mira cómo asciende el humo negro.
Aparta la mirada.
Mira las roja llama cómo baila.
Marte baila con corona de fuego
la danza de la muerte y la condena.

¿Pero qué en las montañas de azul eternidad?
¿Quién y qué en los collados?
¿En los páramos llenos de llovizna?
¿Los hundidos en las neblinas, con nuestras ovejas?
Sólo armas, fuego, y polvo y hierro
abajo de las nubes, sobre las altas hierbas.
Y en lugar de las flores caseras —las de la nostalgia—.
La rosa, el jazmín, el clavel
la coca y la amapola, fumigadas,
barriendo el buen ozono del cielo.

Y lejos, a miles de kilómetros no hollados
las caras embozadas de los que ofician
como guardianes, en los turnos sin fin
sobre sus rehenes, con los semblantes afilados,
y astrosos, como anacoretas. Emparedados
en las entrañas de las peñas. Llevados allí
por galerías secretas.

Pertenecientes a esta generación del “Y a mí qué”
y del “ ¿Soy acaso yo el guarda de mi hermano?”
Nos servimos poco hoy unos a otros.
El otro muere en nuestra pupila indiferente.

Ya nadie sabe quién es su vecino —mientras no importune—.
Ni nos incumbe quién es el prójimo.
¿Qué lejos! ¡oh Señor! de Ti.  ¿Y en silencio!

Nos sostienen las palabras pronunciadas
en muy antiguos tiempos:
Sea  ahora Tu Misericordia. Para respiro.
Para consuelo.
Porque tuyo es  el Reino, el Poder y la Gloria
Venga a Nosotros Tu Reino. No escondas el Oído.
Restáuranos, ¡Restaña!
Señor de vivos y de muertos.

(de V Salmos Penitenciales -1999)


Mario Rivero (Envigado, Antioquia, Colombia, 1935- Bogotá, Colombia, 2009)  Poeta y crítico de arte. Fundó en 1972 junto a Aurelio Arturo, Fernando Charry Lara, Giovanni Quessep  y Jaime García Maffla, Golpe de dados, revista de poesía  que marcaría un cambio definitivo en la poesía colombiana del siglo XX.







Luis Benítez: poemas inéditos



Luis Benítez





















nadie sabe dónde estuvimos

toda la tarde llovió
y nadie sabe dónde estuvimos
de ahora en más
me quedaré en tu sombra
viviré el fin de las estaciones cuando
el insecto retorna a su estado de larva
listo para creer que cada uno que anda
por la calle es uno que yo conozco
pero yo me quedaré en mi cuarto
hecho de tu sombra
en una habitación oscura
donde la muerte es una desorientada mensajera
donde entro en esa pobre tan mínima luz
sea como eso sea


a un árbol incendiado en ezeiza

en el suelo ya flores
y hojas son los días
como el amor descuidado
por un alma salvaje

las llamas son pájaros que susurran en sus ramas
y mariposas hambrientas volando cada chispa

el mundo con ser tan grande
entero cabe en el incendio
se disuelve en el aire
se convierte en lo acre del perfume
mientras que un rostro se enciende

en lo encendido
abre sus ojos y nos mira

no entrará en la noche
sin llevarse algo de nosotros
y como en un sacrificio antiguo
el que enciende el fuego por la tarde
es lo que humea al alba todavía

qué veloz es su bala que nos atraviesa
hasta llegar a la primera juventud y sigue
para matar al niño que se nos parecía



fruta de los charlatanes

sus ojos son ventanas a la noche
un fuego que no cesa de girar
sobre unas caries que hacen intolerable este mundo y los demás
dan ganas de preguntar qué tan preparado está usted
para hacer uso pronto del evangelio la guía michelin del espíritu
en esta tarde seca como los huesos de un perro
una explosión sinfónica que gusta de introducirse en sus criaturas
seguramente le brindaría una porción de la calma que tienen los ángeles
como salida del vientre de una máquina
dispensada por el aparato que todas las estaciones de servicio
tienen en su patio de atrás

no fue acaso antes fernando  p. treinta y cinco y contando
el primero en desdibujarse hasta transformarse en esa sola moneda
que lleva usted en su bolsillo

inclusive
cuántos asesinatos hace que no brinda con soda
como hacen todos los estúpidos de esta tierra
ajenos al licor de caña y todas las otras buenas cosas
mientras el empapelado cae y cae en láminas
decoradas hasta el innumerable hartazgo con su cara
en esa casa ambigua esa casa desierta sobre esa colina
que ya sabemos
donde no se puede pensar y ciertamente nadie debería hacerlo

también nuestras madres pensaron en el futuro de sus maridos
un garañón luminoso el pegaso de la oficina
que de un día al otro transmutaría en enrique el grande
en jacobo el magnífico (tantos son los nombres
de los sultanes cotidianos) y allí los tiene
atentos al televisor apagado       la vacía lata de cerveza
sostenida por la artrosis         comidos por el impétigo
conversando con su infancia en el salón literario del alzheimer

la suya es una noche que no dispara



un buen “capitán garfio” con hielo: última receta para ser feliz

dos medidas de vodka una de vermouth rojo media de jugo de arándanos y allí vamos de cabeza al infortunio el cóctel que mejor combina con el gusano que nos roe por dentro como un traje negro para un asesino serial

a perseguir a la chica de cabellos dorados por toda la calesita con el cuchillo en la mano a entrar por la ventana mientras duerme la viuda a colocar minuciosamente bombas en las cañerías de la escuela donde nos aburrimos y


fuimos sancionados

a escupir tantas caras que ya perdimos la cuenta a decir lo que nunca se debe decir sí sobre todo a decir lo que no se debe decir porque eso daña más que todas las pistolas las heridas cierran las palabras no




taxidermia

tomar un buen poema y quitarle cuidadosamente las tripas
que son tan venenosas como las del pez globo
rellenarlo de paja académica
peinarle los pelos como está a la moda aunque
insistan en irse para el otro lado
colocarlo sobre un pedestal y aplicarle en la base
una placa de bronce con su nombre imaginado en moderno latín

y la bestia inmóvil nunca más joderá


Luis Benítez (Buenos Aires, 1956) Poeta, narrador, ensayista y dramaturgo. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York y de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes. Miembro de la Asociación de Poetas Argentinos (APOA) y de Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina (SEA). Ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales por su obra literaria, entre ellos el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); la Mención de Honor del Concurso Municipal de Literatura (Poesía, Buenos Aires, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); el Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); el Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); el Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); el Tercer Premio Eduardo Mallea de Narrativa (Buenos Aires, período 1995-1997); el Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); el Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Primer Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008). Sus 36 libros de poesía, ensayo, narrativa y teatro han sido publicados en Argentina, Chile, España, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Italia, México, Rumania, Suecia, Venezuela y Uruguay. En 2011, la editorial española Publicatuslibros.com editó en e-book, en 3 tomos, sus “Poemas Completos (1980-2006)”, con ensayo introductorio del Prof. Luis González Platón, de la Universidad de Madrid. La descarga gratuita de Poemas Completos puede hacerse desde: www.publicatuslibros.com

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Los poemas publicados serán editados en 2015 bajo el título “Nadie sabe dónde estuvimos” por Ediciones Llanto de Mudo, de Córdoba, Argentina, y por La Caletita Editora, de México D.F.
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Fernando Denis: EL MUNDO SEGÚN MENANDUS CORREA





M.C. Autoretrato

A Amparo Correa

La pintura es tiempo congelado, es río de Heráclito detenido en la frente, es la luz invocando el destino de los elementos, la metáfora infinita bordeando los espejos: adentro hay un viento dormido.
La pintura reclama su porción de miseria y de esplendores para escribir la biografía del mundo, habita su casa de fuego y su refugio es una pupila.  A cada instante un asombro nos acecha, un milagro. La belleza es fantasmal, imprudente, peligrosa, y nos hace cómplices de una conspiración infinita. En su libro Van Gogh, La Vida, Steven Naifet y Gregory White Smith glosan en un fragmento memorable sobre la vida del pintor:
“Nadie había vagado por senderos más misteriosos que Vincent. Había empezado como marchante de arte con escaso éxito, optó por el disparatado intento de hacerse sacerdote al sentir una inconstante vocación de misionero, hizo una incursión en la ilustración de revistas y, por último, tuvo una carrera de pintor tan brillante como corta.  En ninguna de estas actividades se plasmaba de un modo tan espectacular el corazón volcánico y desafiante de Vincent como en el ingente número de cuadros que se iban amontonando sin que nadie los mirase, en los armarios, desvanes y habitaciones de sus parientes, amigos y acreedores”.
Anocheció en el poema. Llovía el agua del olvido, y en el sueño un duende de las cuatro estaciones  templaba su arpa.  A esta hora cargada de presagios,  los sentidos eran taladrados por el sentido común. La lluvia era un alma  iridiscente, salida del invierno, y que subrayaba con lápiz las frases venidas de un paisaje donde ya los astros arrojaban  sus barajas, sus monedas, sus arpones. El aquel camino que iba hacia todos los azules de aquel  invierno,  cada vez más viejo, cada vez más ajado por la escarcha y por el  extravío,  junto al estanque donde naufragaron barcas e imperios, yo vi al pintor de barba y sombrero: se llamaba Menandus Correa.  Siempre se hallaba en franca discusión con su ángel. Estaba envenenado de cosas del otro  mundo que le servían para dialogar con los colores.  Era soberbio, tempestuoso, de mirada penetrante detrás de los cristales de sus gafas, y acostumbraba a merodear por las orillas de todas las cosas.  Es más, siempre vivió en la orilla, nunca entró de lleno en el mundo. Cojeaba ligeramente por las aceras y miraba al cielo como quien consulta un mapa. Era un ser prodigioso, perturbado por la belleza, acechado por el fantasma de Van Gogh. Sus amarillos lo volvieron loco.
Cuando aún era un muchacho que estudiaba artes en Cali, Menandus compartía un cuarto con William Ospina y vendía alfombras en las calle. Yo lo conocí en Bogotá, donde fuimos los mejores amigos del mundo. Fue aquí donde me presentó a William, que aún no era un escritor importante, había publicado un  poemario que muy pocos habíamos leído,  Hilo de arena. Recuerdo esos poemas meticulosos, cargados de imágenes antiguas, de episodios verbales bastantes memorables. Como este poema:

 EL ESPEJO

Una región del muro está hechizada.
Sólo el ojo lo sabe.
Un cristal incansable paso a paso repite
las rectas sombras que la tarde desplaza.
Terriblemente dócil, no desdeña
la vertical sinuosa de una hormiga extraviada
y al fondo de sus cámaras
también crecen las plantas.
A veces miro ese país extraño
cuyos hombres no tienen más lenguaje que el gesto,
ese país sin música.
Sé que no puedo ser ese hombre que me mira,
sé que a él no lo alcanzan el temor ni la idea.
Cuando la noche apaga las letras y los ángulos,
en su país de eclipses él no te ama.



 

M.C. Eldulce jardín encantado de Charito


Menandus admiraba tanto a Van Gogh, que aprendió su trazo y además su idioma. Varias veces fue  Holanda, a ver sus obras al museo, con plata que ahorraba con la venta de sus cuadros. Menandus era un tipo que venía de una época que no era la suya, pues vivía alucinado, tenía una capacidad de asombro impresionante, recitaba poemas de Gaitán Durán, recitaba poemas en francés  de Rimbaud y de Baudelaire. También le gustaba escribir ideas, hacer bocetos, dibujos, viajar, aprender idiomas, era un gran conversador. Sobre todo un peculiar conversador de cafetín, como en París. Alguna vez en el Café Automático me dijo: “En París decían que Truman Capote  era el terror de las cinco de la tarde”. Otra día  entró al mismo Café una muchacha que parecía sacada de un cuadro de Dante Gabriel Rossetti. Le dije: “Menandus, mira esa muchacha tan bonita”. Me respondió. “No es que sea bonita, es que parece de verdad”.  Menandus hablaba así, como si el remedio para la vida cotidiana fuera inventarse una frase insospechada en cada situación. Era realmente una deidad de la sociedad post moderna hecha de palabras asombrosas. Lo distraía mucho el ritmo de la naturaleza, sus espejismos, y miraba todo a su alrededor con una cordial severidad, como acentuando los detalles, los gestos, los cambios, los matices del día y de la noche.  Al igual que Van Gogh, Menandus hubiera sido un gran escritor.  Era demasiado expresivo. Demasiado elocuente. Tanto la vida como la muerte eran para él conceptos que tenía que ver con el arte.  La vida de Manadus Correa estaba hecha de trazos, de líneas, de atmósferas, de figuras, de climas, de objetos que otras veces eran palabras. El trazo de sus dibujos estaba acentuado poir una inocencia fabulosa.  hSé que vivió cada minuto de su vida más intensamente que cualquier otra persona. Sus problemas eran verdaderas catástrofes cósmicas. Incluso hasta el color más tenue le dolía. Y casi siempre esas especulaciones dolorosas que conmovían su espíritu creativo,  era borradas momentáneamente por la simple sonrisa de una muchacha. Los gestos de una mujer los convertía en un mito. Menandus perteneció a una civilización antigua, anterior a nuestro siglo XX, y su alma era recorrida por el escalofrío de una selva oscura como la de Dante. Amanecía en sus cuadros, en ellos dormía durante la noche. Aprendió a pintar para albergar en su obra, para abrir su carpa en cada uno de sus trazos y allí ponerse a leer sus libros, escribir sus cartas, corregir su diario. Su universo personal era inagotable como impredecible.  Sus pasos recorrían pasadizos distintos al nuestro aunque lo viéramos bajo el mismo sol.  Laberintos, escaleras, círculos, los trazos que se apaciguaban en su mente, o que la confundían, pertenecían a una dimensión más exacta para el arte que para la vida. Por eso su arte era superior a su vida, por eso vivía para la sed de los colores, para llenar de sueños esas figuran que danzaban en sus lienzos, que vivían en sus cuadros como una civilización de criaturas que vinieran de lejos a visitarnos de vez en cuando. Lo movía la creación, la búsqueda de esa originalidad que caracterizaba su esencia. Jugaba a la vida real pero no vivía en ella. Sabía que en la historia del arte los actos no son gratuitos, y que ocasionalmente era visitado para recibir la revelación. La musa, el ángel, los fantasmas, el duende, los presagios, la demasiada lucidez.  Cuando se reía yo sentía que se reía en el siglo XIX de algún chiste contado por Gauguin.  Menandus era un visitante que vino a vernos desde un país donde los colores son criaturas amables, vistosas y demasiado inteligentes. Y siempre tuvo la misma edad, la edad del color. Su tiempo no se media por la cronología de los seres humanos, se media por los cambios emocionales del color. La biografía de Menandus Correa empieza y termina en la mirada. Ahora recuerdo las palabras de Octavio Paz: “La perspectiva es un artificio destinado a darnos la ilusión de la tercera dimensión. Euclides estableció el principio básico: el campo de la visión es una pirámide cuyo cúspide es el ojos del espectador”.  El ojo de Menadus estaba en su corazón hambriento, en esa sed interior que lo trabajó durante tantos años y que lo empujó a esa incesante búsqueda de sí mismo a través de los misterios de la imagen. Su genio, su lucha, la tenaz incomprensión que le tocó sufrir, y pero también el legado de su obra serán testimonio para las generaciones futuras, será la fantasía de mucha gente que no lo vio, será la metáfora de una aparición que anduvo por estas calles dando tumbos hhentre los trazos narrativos de su pintura  y la desesperada historia que ahora tiene voz entre sus amigos y sus colegas. Menandus perdurará en nosotros como una gran marea, como un huracán impetuoso que pasó por aquí cargado con colores imposibles.
Aquí está el poema que publiqué en mi libro La geometría del agua:

M.C. Autoretrato con sombrero





















MENANDUS

    Hay un recuerdo entregado a la fiebre, a la noche
entre sus negros arbustos, y una bella arqueología de barro
emergiendo de tus manos diáfanas.

Despacio, debajo del siglo de Van Gogh, arde
el último girasol, el más estimado color amarillo
sangrando junto a los rotos zapatos de un campesino de Arles.

Y poco a poco, emergiendo del aire enfermo,
una oxidada luna va devorando las orillas del autorretrato,
y él murmura en la sombra
que entre el lápiz y el papel
hay un sendero que conduce al pozo donde el azul piensa
en el violeta,
donde la que dibuja en los espejos
esconde sus bodegones y sus fantasmas.

Menandus Correa




jueves, 15 de enero de 2015

José Manuel Arango: De este mundo


José Manuel Arango




















Hay gentes que llegan pisando duro

Hay gentes que llegan pisando duro
que gritan y ordenan
que se sienten en este mundo como en su casa

Gentes que todo lo consideran suyo
que quiebran y arrancan
que ni siquiera agradecen el aire

Y no les duele un hueso no dudan
ni sienten temor van erguidos
y hasta se tutean con la muerte

Yo no sé francamente cómo hacen
como no entienden


Ocupaciones apacibles

Un café, un periódico, un cigarrillo.

Y las acciones suben en la bolsa,
los aviones salen a la hora prevista,
los oidores oyen,
los asesinos asesinan.

Hay camiones cargados de fruta
que hacen cola en la calle del mercado.
Un perro orina contra
el grueso tronco de la acacia.

En fin, las ocupaciones apacibles
de un momento antes del acabóse.


Una señal

                                                                 para Juan José Hoyos

Una señal una flecha tosca un pedazo de tabla clavada en un palo
Se encuentra al borde de la carretera veredal que se anuda al riñón de la
                                                                                                                 /montaña

Antes indicaba el camino
Ahora —torcida— apunta al desfiladero

Yo que voy a pie que no tengo prisa
Debo acaso detenerme y enderezarla
Es asunto mío será útil a alguno
Tal vez



José Manuel Arango (Carmen del Viboral, 1937- Medellín, Colombia, 2002) Poeta y traductor. Publicó entre otros títulos: Este lugar de la noche (1973); Signos (1978); Cantiga (1987) y  Montañas (1995).  En la década de los 60 hace una maestría en literatura y filosofía en la Universidad de West Virginia, Virginia Occidental, EEUU; donde toma contacto con la obra de varios poetas norteamericanos contemporáneos. Traduce a Walt Whitman, Emily Dickinson y William Carlos Williams.

viernes, 9 de enero de 2015

Wanda Coleman : 2 poemas



Wanda Coleman



























el ISMO

cansada contabilizo las maneras en que determina mi vida
infiltra todo. está en el aire
vive al lado en la penetrante mirada de mis vecinos
ocupa el asiento del acompañante cuando conduzco mi automóvil.
camina conmigo
en los pasillos del supermercado
está en la televisión
y en las calles incluso cuando camino distraídamente/ indefinida
está sobre mi cabeza en las luces relampagueantes
lo hallo en mi boca
cuando preferiría hablar de otras cosas

Fuerza Bruta

anoche la rubia escupe fuego Angie Dickinson golpeó el impenetrable pecho
de ojos de acero Lee Marvin hasta que se desplomó exhausta en el mundo del         
                                                                                                                                  /hampa
cayó como si la hubieran abatido a quemarropa

tía ora acostumbraba amenazarnos a nosotros cuando niños con el látigo
si medio malos, ella utilizaba su mano
si realmente malos, nos castigaba con una paleta de madera dura
si monstruosos, ahí estaba el látigo que colgaba sobre la puerta
de la habitación. un día mi hermano y yo fuimos medio malos
ella me pegó con su gozosa  mano y lloré
luego le tocó a mi hermano y él se río. por lo que utilizó la paleta
y el rió con más energía
consternada ella dejó de castigarlo
después de eso fue más osado

y después estaba mi amante de Carolina del Sur
una vez lo enfrenté con  un trozo de una viga de madera
con todas mis fuerzas lo golpeé en el pecho. él me sonrió
dejé caer la viga y salí corriendo

mi primer esposo no valía mucho. yo podía soportar
su mejor puñetazo.

Wanda Coleman Wanda Coleman (Los Ángeles, California, EEUU, 1946- 2013) Poeta, narradora, periodista, ensayista, letrista, guionista de televisión y gestora cultural.   Fue definida como la “mujer del blues” o la no “reconocida poeta laureada de la ciudad”. Trabajó como empleada administrativa, dactilógrafa y camarera.  Se inscribió en varias universidades pero nunca obtuvo un título.  En una entrevista relató que escribió poemas en la secundaria, pero que se interesó definitivamente por la poesía y la escritura cuando comenzó a asistir a las lecturas de Charles Bukowsky, cuyos libros leería de ojito en distintas librerías de Los Ángeles, pues no tenía el dinero para adquirirlos. En 1965 luego de los disturbios de Watts (barrio en el que se crió) asistió a los talleres de escritura de Frank Greenwood y Budd Schulberg. A medida que fue forjando su voz menciona entre otras influencias las de Henry Coulette, Diane Wakoski, John Thomas, Clayton Eshleman y Charles Bukowski.
En 1969 comenzó su relación con  varios medios gráficos, la radio y televisión. Recibió un premio Emmy por sus guiones de la serie  Days of our lives (1975-1976). Asimismo dictó seminarios a nivel universitario, hecho que no limitó su fastidio hacia el mundo académico y sus variados idiolectos  los que solía parodiar por su inautenticidad. En distintas ocasiones compartió el escenario con Allen Ginsberg, Timothy Leary, Gary Snyder y Alice Coltrane. En la década de los 80 participó en distintas presentaciones musicales con  Henry Rollins, Lydia Lunch y Exene Cervenka con quien  grabó Twin Sisters. Solía repetir que su obra en muchos aspectos era producto de una persona que “siendo del sudoeste, particularmente de la ciudad de Los Ángeles,  pertenecía a una minoría dentro de una minoría- racialmente, sexualmente, regionalmente”.