viernes, 15 de marzo de 2024

Oliverio Girondo: Campo Nuestro

Oliverio Girondo


                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                             

Este campo fue mar

de sal y espuma.

Hoy oleaje de ovejas,

voz de avena.


Más que tierra eres cielo,

campo nuestro.

Puro cielo sereno…

Puro cielo.


¿De tu origen marino no conservas

más caracol que el nido del hornero?


No olvides que el azar hinchó sus velas

y a través de otra mar dio en tus riberas.


Ante el sobrio semblante de tus llanos

se arrancó la golilla el castellano,


Tienes campo, los huesos que mereces:

grandes vértebras simples e inocentes,

     tibias rudimentarias;

informes maxilares que atestiguan

     tu vida milenaria;

y sin embargo, campo, no se advierte

ni una arruga en tu frente.


Ya sólo es un silencio emocionado

tu herbosa voz de mar desagotado.


¡Qué cordial es la mano de este campo!


Sobre tu tersa palma distendida

¡quién pudiese rastrear alguna huella

que revelara el rumbo de su vida!


Tus mismos cardos, campo, campo, se estremecen

al presentir la aurora que mereces.


Une el don de tu pan y de tu mano

el de darle candor a nuestro canto.


¿Oyes, campo, ese ritmo?

¡Si fuera el mío!...

sin vocablos ni voz te expresaría

al galope tendido.


Estas pobres palabras

¡qué mal te quedan!

Pero que quieres,  campo,

no soy caballo

y jamás las diría

si tú me oyeras.


Por algo ante el apremio de nombrarte

he preferido siempre galoparte.


Ritmo, calma, silencio, lejanía

hasta volverte, campo, melodía.


Sólo el viento merece acompañarte.


¿No podrá ni mentarte tu presencia

sin que te duela, campo la modestia?


Eres tan claro y limpio y sin dobleces

que el vuelo de una nube te ensombrece.


¡Hasta las sombras, campo, no dan nunca

ni el más leve traspiés en tu llanura!


¿Cómo lograste, campo tan benigno,

asistir a los cruentos cataclismos

que describen tus nubes

y ver morir flameantes continentes,

inaugurarse mares,

donde jóvenes islas recalaban

en bahías de fuego,

con el vivo y remoto dramatismo

que recuerdan tus cielos?


Al galoparte, campo, te he sentido

cada vez menos campo y más latido.


Tenso y redondo y manso,

como un grávido vientre

virgen campo yacente.


Sin rubores, ni gestos excesivos,

—acaso un poco triste y resignada—

con el mismo candor que usan tus chinas

y reprimiendo, campo, su ternura,

—más allá del bañado, entre las parvas—

se te entrega la tarde ensimismada.


Pasan las nubes, pasan

—¡Quién las arrea?—

tobianas, malacaras,

overas, bayas;

pero toditas llevan,

campo tu marca.


Dime, campo tendido cara al cielo,

¿esas nubes son hijas de tu sueño?...


¡Cómo no han de llorarte las tropillas

de tus nubes tordillas

al otear, desde el cielo, esas pradera

y sentir la nostalgia de sus yerbas!


Lo que prefiero campo es tu llaneza.


Ya sé que tierra adentro eres de piedra,

como también de piedra son tus cielos,

y hasta esas pobres sombras que se hospedan

en tus valles de piedra:

pero al pensarte, campo, sólo veo,

en vez de esas quebradas minerales

donde espectros de mulas se alimentan

con las más tiernas piedras,

una inmensa llanura de silencio,

que abanican con calma, tus haciendas.


En lo alto de esas cumbres agobiantes

hallaremos laderas y peñascos,

donde yacen metales, momias de alga,

peces cristalizados;

pero jamás la extensa certidumbre

de que antes  de humillarnos para siempre,

has preferido, campo, el ascetismo

de negarte a tí mismo.


Fuiste viva presencia o fiel memoria

desde mi más remota prehistoria.


Mucho antes de intimar con los palotes

mi amistad te abrazaba en cada poste.


Chapaleando en el cielo de tus charcos

me rocé con tus ranas y tus astros.


Junto con tu recuerdo se aproxima

el relente a distancia y pasto herido

con que impregnas las botas… la fatiga.


Galopar. Galopar. ¿Ritmo perdido?

hasta encontrarlo dentro de uno mismo.


Siempre volvemos, campo, de tus tardes

con un lucero humeante

entre los labios.


Una tarde, en el mar, tú me llamaste,

pero en vez de tu escueta reciedumbre

pasaba ante la borda un campo equívoco

de andares voluptuosos y evasivos.


Me llamaste, otra vez, con voz de madre

y en tu silencio sólo hallé una vaca

junto a un charco de luna arrodillada;

arrodillada, campo, ante tu nada.


Cuando me acerco, pampa, a tu recuerdo

te me vas, despacito, para adentro

al trote corto, campo, al trotecito.


Aunque  me ignores, campo, soy tu amigo.


Entra y descansa, campo. Desensilla.

deja de ser eterna lejanía.


Cuanto más te repito y te repito

quisiera repetirte al infinito.


Nunca permitas, campo, que se agote

nuestra sed de horizonte y de galope.


Templa mis nervios, campo ilimitado,

al recio diapasón del alambrado.


Aquí mi soledad. Esta mi mano.

dondequiera que vayas te acompaño.


Si no hubieras andado siempre solo

¿todavía tendrías voz de toro?


Tu soledad, tu soledad… ¡la mía!

Un sorbo tras el otro, noche y día,

como si fuera, campo, mate amargo.


A veces soledad, otras  silencio,

pero ante todo, campo: padre nuestro.


“No eres más que una vaca —dije un día—

con millón de ubres maternales”

sin recordar —¡perdona!— que enarbolas

entre el lirico arranque de tus cuernos 

un gran nido de hornero.


“Si no tiene relieve, ni contornos.

Nada que lo limite, que lo encuadre;

allí… a las cansadas, un arroyo,

quizás una lomada…”

seguirán —¡perdonadlos!— murmurando,

aunque tu inmensa nada lo sea todo.


Comprendo, campo adusto, que sonrías

cuando sólo te habitan las espigas.


Aunque no sueñen más que en esquilmarte

e ignoren el sabor de tus raíces,

el rumbo de tus pájaros,

nunca te niegues, pampa, a abrir los brazos.

Has de ser para todos campo santo.


Al verte cada vez más cultivado

olvidan que tenías piel de puma

y fuiste, hasta hace poco, campo bravo.


No te me quejes, campo desollado.

Cubierto de rasguños y de espinas

—después de acostalar entre tus cardos—

anduve yo también desamparado,

con un dolor caballo entre las costillas.


Recuerda que tus nubes se desangran

sin decir, campo macho, ni palabra.


Son tan grandes tus noches, que avergüenzan.


Si los grillos dejasen de apretarle

una sola clavija a tu silencio,

¿alcanzarías, campo, el delirante

y agudo diapasón de las estrellas?


Hasta la oscura voz de tus pantanos

da fervor  a tu sacro canto llano.


¡Qué buenos  confesores son tus sapos!


Nada logra expresar, campo nocturno,

tu inmensa soledad desamparada

como el presentimiento que ensombrece

el insomne mugir de tus manadas.


Vierte campo, sin tregua, en nuestras venas

la destilada luz de tus estrellas.


Tu santa luna, campo solitario,

convierte nuestro pecho en un hostiario.


Déjanos comulgar con tu llanura…

Danos, campo eucarístico, tu luna.


¿A qué sabrán tus pastos

cuando logre, por fin, domesticarte

y en vez de campo potro desbocado

te transformes en campo endomingado?


Como ríen tus sapos, tus maizales,

con dientes de potrillo,

del candor con que todas tus ciudades,

no bien salen del horno,

ya ostentan capiteles, frontispicios,

y arquitrabes postizos.


Sólo soportas, campo, los aleros

que aconsejan vivir como el hornero.


Te llevé de la mano

hacia aldeas y rutas patinadas

por leyendas doradas;

pero tú sonreías, campo niño,

y yo junto contigo

siempre, siempre contigo 

campo recién nacido.


Tantos viejos modales resobados

y tanta historia

con tantas mezquindades,

desde la ausencia, campo, musitaban

tus ingenuos yuyales.


¡Qué tierras sin aliento! —balbuceabas—,

Sólo produce muertos

grandes muertos insomnes y locuaces

que en vez de reposar y ser olvido

desertan de sus tumbas, vociferan,

en cada encrucijada,

en cada piedra.

Los míos, por lo menos, son modestos.

No incomodan a nadie.


Y el eco de tu voz, entre las ruinas:

“Dadle muerte a esos muertos”, repetía.


¿Dónde apoyarnos, campo?

¿Ni una piedra!

Nada que indique el rumbo de tus huellas.


Persiste, campo nada, en acercarnos

la ocasión de perdernos… o encontrarnos.


Gracias, campo, por ser tan despoblado

y limpito de muertos,

que admites arriesgar cualquier postura

sin pedirle permiso a los espectros.


Muchas gracias por crearnos una muerte

de tu mismo tamaño y tan perfecta

que no deja ni el rastro de una huella.


Y mil gracias por darnos la certeza

de galopar toda una vida

sin hallar otra muerte que la nuestra.


Con sólo descansar sobre tu suelo

ya nos sentimos, campo, en pleno cielo.


—“¿Y si en vez de ser campo fuera ausencia?”

—“En mi perduraría tu presencia.”


Espera, campo, espera.

No me llames.

¿Por qué esa voz tan negra,

campo madre? 


—“¿Es tu silencio mar quien me reclama?”

—“Ven a dormir a orillas de mi calma.”


Tú que estás en los cielos, campo nuestro.

Ante ti se arrodilla mi silencio.p0


Oliverio Girondo (Buenos Aires, 1891- 1967) poeta y traductor.  En poesía dió a conocer:Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922), Calcomanías (1925), Espantapájaros (1932), Persuasión de los días (1942), Campo nuestro (1946), En la masmédula (1953), Tradujo con Enrique Molina Una temporada en el infierno de Arthur Rimbaud.



















jueves, 14 de marzo de 2024

Cesare Pavese: LOS MARES DEL SUR

 

Cesare Pavese




















Íbamos una tarde por la falda de un cerro,
silenciosos. En la sombra del tardío crepúsculo
mi primo es un gigante vestido de blanco
que se mueve tranquilo, con el rostro bronceado,
taciturno. Callarnos es nuestra virtud.
Algún antepasado nuestro habrá estado muy solo
—un gran hombre entre idiotas o un desdichado loco—
para enseñar a los suyos tanto silencio.

Mi primo habló esta tarde. Me ha pedido
que subiera con él: arriba se vislumbra
en las noches serenas el reflejo del faro
lejano de Turín. “Tú, que vives allí…”
—me ha dicho— “…pero tienes razón . La vida hay que vivirla
lejos del pueblo: se progresa y se goza,
y luego, al regresar, como yo a los cuarenta,
se encuentra todo nuevo. Las Langas no se pierden”.
Todo esto me ha dicho y no habla en italiano,
pues utiliza lento el dialecto que, como las piedras
de esta misma colina, es tan abrupto
que veinte años de idiomas y océanos diversos
no han logrado mellárselo. Y sube por la cuesta
con el mirar absorto que yo he visto, de niño
usar a los campesinos un poco fatigados.

Veinte años ha vivido viajando por el mundo.
Se fue siendo yo un niño pegado aún a las faldas
y lo dieron por muerto. Luego a mujeres
que hablaban de él, a veces, como en un cuento;
pero los hombres más circunspectos lo olvidaron.
Un invierno, a mi padres ya muerto le llegó una tarjeta
que tenía una gran estampilla verdosa con naves en un puerto
y deseos de una buena vendimia. Hubo un gran estupor,
pero el niño crecido explicó ávidamente
que la postal venía de una isla llamada Tasmania
circundada por un mar más azul, feroz de tiburones,
al sur de Australia, en el Pacífico. Y añadió que cierto
el primo pescaba perlas. Y arrancó la estampilla.
Cada uno expresó su opinión, mas todos coincidieron
en que, si no había muerto, moriría.
Más tarde lo olvidaron y pasó mucho tiempo.

Oh, desde que yo jugué a los piratas malayos
¡cuánto tiempo ha pasado! Y de la última vez
que bajé a bañarme en un lugar mortal
y perseguí en un árbol a un amigo de juegos
quebrando hermosas ramas y rompí la cabeza
de un rival, y también me golpearon,
cuanta vida ha pasado. Otros días, otros juegos
otros sacudimientos de la sangre delante de rivales
más evasivos: los pensamientos y los sueños.
La ciudad me ha enseñado infinitos temores
un gentío, una calle me han hecho estremecer,
un pensamiento a veces, espiado en un rostro.
Todavía en los ojos siento esa luz burlona
de miles de faroles sobre el tropel de pasos.

Mi primo regreso cuando acabó la guerra,
gigantesco, entre unos pocos. Y tenía dinero.
Los parientes decían en voz baja: “En un año, a lo sumo,
Lo despilfarra todo y vuelve a irse.
Así mueren los desesperados”.
Mi primo tiene rasgos resueltos. Compró una planta baja
en el pueblo y mandó  construir un garaje de cemento
que en el frente tenía, flamante, un surtidor de nafta
y en la curva del puente, bien grande, un letrero de chapa.
Luego puso a un mecánico dentro a cobrar el dinero
y él recorrió todas las Langas fumando.

Entre tanto, se había casado en el pueblo.
Tomó una muchacha rubia y delgada como las extranjeras
que un día conoció, es cierto, en el mundo.
Pero siguió saliendo solo. Vestido de blanco,
con las manos atrás y la cara bronceada,
de mañana frecuentaba las ferias y con aire de sorna
negociaba caballos. Más tarde me explicó,
cuando falló el proyecto, que su plan
fue quitarle al valle todos los animales 
y obligar a la gente a comprarle motores.
“Pero el animal —me decía— más grande de todos
he sido yo al pensarlo. Debí darme cuenta
que aquí bueyes y gentes son una misma raza”.

Hace ya media hora que andamos. La cumbre está cercana,
van aumentando en torno el susurro y el silbido del viento.
Mi primo se detiene de pronto y se vuelva: “Este año
escribo en el cartel: —Santo Stefano
siempre he sido el primero en los festejos 
del valle del río Belbo— y que protesten
los de Canelli”. Luego sigue subiendo.
Un perfume de tierra y viento nos envuelve en os oscuro;
hay luces a lo lejos: granjas, automóviles
que se escuchan apenas; y yo pienso en la fuerza
que me ha devuelto a este hombre, arrancándolo al mar,
a las tierras lejanas, al silencio que dura.
Mi primo no habla nunca de los viajes que hizo.
Dice, parco, que ha estado en tal sitio o tal otro
 y piensa en sus motores.

                                              Sólo un sueño
le ha quedado en la sangre: ha navegado un día
como foguista en un barco pesquero holandés, el Cetáceo,
Y ha visto volar los pesados arpones bajo el sol,
ha visto huir ballenas entre espumas de sangre
y perseguirlas y levantar sus colas y luchar con la lanza.
Me lo recuerda a veces.

                                          Pero cuando le digo
que él está entre los afortunados que han visto la aurora
sobre las islas más hermosas del mundo,
sonríe al recordarlo y responde que el sol
se alzaba cuando el día ya era viejo para ello.

Versión Horacio Armani


Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo,1908-Turín, 1950). Poeta, novelista, ensayista y traductor.



miércoles, 13 de marzo de 2024

El Cuenco de Plata: Novedad Editorial -Daniel BensaÏd

 

Charles Bukowski: LA ÚLTIMA GENERACIÓN

 

Charles Bukowski

















era muchísimo más fácil ser un genio en los años veinte, existían
sólo 3 o 4 revistas literarias y si aceptaban tu trabajo en 4 o 5
ocasiones, podrías terminar tu día en el restaurante de Gertie
posiblemente podrías compartir una copa de vino con Picasso  
o quizás  en su defecto con Miró.

y sí, si enviabas tus trabajos por correo con el matasellos de Paris
las posibilidades de publicarlas se multiplicaban exponencialmente
la mayoría de los escritores colocaban al final de los textos
la palabra ”París” y la fecha correspondiente.

y con el apoyo de un mecenas había más tiempo
para escribir, comer y viajar a Italia y a veces a Grecia.
era bueno ser fotografiados con otros de tu clase
era importante  ser elegante, enigmático y delgado.
fotografiarse en la playa daba prestigio.

Y sí, podías cartearte con 15 o 20 de los otros
quejándote de esto o aquello.

quizás podrías recibir una carta de Ezra o de Hem; a Ezra
le gustaba dar directivas y a Hem lo entusiasmaba
ejercitar su escritura en las cartas cuando  no podía
hacer lo otro.

aquellos tiempos fueron los de un gran juego romántico
llenos de furia y descubrimiento.

ahora

ahora hay tantos de nosotros, cientos de revistas literarias
cientos de editoriales, miles de títulos.

¿quién habrá de sobrevivir, salirse de todo este estiércol ?
hacer esta pregunta es casi impropio.

regreso  a la lectura de los libros sobre la vida
de los muchachos y muchachas  de los años veinte.
si ellos fueron la Generación Perdida, ¿a nosotros
como nos llamarán? ¿sentados aquí entre misiles
y máquinas de escribir eléctricas?

¿la Última Generación?

prefiero pertenecer a la Perdida que a la Última mientras leo
estos libros sobre ellos  siento lo que es la dignidad y la generosidad

cuando leo  acerca del suicidio del poeta Harry Crosby
en su cuarto de hotel con su puta eso me parece tan real
como la canilla que está goteando en este instante en el 
lavamanos  de mi baño.

me gusta leer sobre ellos: Joyce ciego merodeando las librerías
como una tarántula, ellos dijeron.
Dos Passos con sus recortes de las noticias y usando  una cinta rosa
en su máquina de escribir.
D.H. caliente, excitado y furioso, H.D. lo suficientemente perspicaz
para firmar con sus iniciales que parecían tanto más literarias que
Hilda Doolittle.

G.B. Shaw, hace tiempo establecido como tan noble y tonto 
como la realeza, sus carnes y cerebro transformándose en
mármol; un verdadero pesado.

Huxley  recorriendo su cerebro con gran satisfacción, debatiendo
con Lawrence que no estaba en las tripas o los testículos,
que la gloria se hallaba en el cráneo.

y ese provinciano Sinclair Lewis apareciendo en escena.

mientras tanto
habiendo finalizado la revolución, los rusos fueron liberados
y estaban muriendo.
Gorki  sin nada por lo que luchar, sentado en una habitación
Intentando hallar frases para alabar al gobierno,
muchos otros quebrados por la victoria.

ahora

ahora hay tantos de nosotros
aunque deberíamos ser agradecidos, pues si en cien años 
el mundo no ha sido destruido, piensen
cuanto quedará de todo esto:
nadie capaz de fracasar o trascender —sólo
el mérito relativo, que se verá disminuido 
por nuestra superioridad numérica
todos seremos fichados y catalogados
está bien…

si ustedes tienen dudas acerca de aquellos otros
tiempos dorados
existían además otras curiosas criaturas: Richard
Aldington, Teddy Dreiser, F. Scott, Hart Crane, Wybdham
                                   Lewis, la
Editorial Black Sun.

pero para mí, 
los años veinte se centraban mayormente en Hemingway
saliendo de la guerra y comenzando a tipear.

era todo tan simple, todo tan deliciosamente claro

ahora

somos tantos de nosotros.

Ernie no tenías idea de lo bueno que fue
cuatro décadas más tarde cuando te volaste la tapa de los sesos
acabando la masa cerebral  en el jugo de naranjas

sin embargo
te lo reconozco
esa no fue tu mejor obra.

Versión Edmundo Kirk









 


  

domingo, 10 de marzo de 2024

José Lezama Lima: San Juan de Patmos ante la Puerta Latina

 

José Lezama Lima


















Su salvación es marina, su verdad de tierra, de agua y de fuego.
El fuego en la última prueba total,
pero antes la paz: los engendros de agua y de tierra.
Roma no se rinde con facilidad, ni recibe por el lado del mar:
su prueba es de aceite, el aceite que mastica las verdades.
El aceite hirviendo que muerde con dientes de madera,
de blanda madera que se pega al cuerpo, como la noche
al perro, o al ave que cae  abajo sin fin.
Roma no se fía y su prueba es de aceite hirviendo,
y sus dientes de madera son la madera
mucho tiempo sumergida en el río, blanda y eterna,
como la carne, como el ave apretada hasta que ya no respira.
San Pablo ganaría a Roma, pero la verdad es que San Juan de Patmos
                                              ganaría también a Roma.
Ved su marca, su fuego, su ave.
Los ancianos romanos le cortan la cabellera,
quieren que nunca más la forma sea alcanzada,
tampoco el ejemplo de la cabellera y la pleamar  de la mañana.
San Juan está fuerte, ha pasado días en el calabozo
y la oscuridad engrandece su frente y las formas del Crucificado. 
Ha gozado tanto en el calabozo como en sus lecciones de Éfeso.
El calabozo no es una terrible lección,
sino la contemplación de las formas del Crucificado.
El calabozo y la pérdida de sus cabellos debían de sonarle como un río,
pero él, sólo es invadido por la ligereza y la gloria del ave.
Cada vez que un hombre salta como la sal de la llama,
cada vez que el aceite hierve para bañar los cuerpos
de los que quieren ver las nuevas formas  del Crucificado ¡Gloria!
Ante la Puerta Latina quieren bañar a San Juan de Patmos,
su baño no es el del espejo y el pie que se adelanta,
para recoger como en una concha la temperatura del agua.
No es su baño el del cuerpo remilgado que vacila
entre la tibieza miserable del agua y la fidelidad miserable del espejo.
¡Gloria !El agua se ha convertido en un rumor bienaventurado.
No es que San Juan haya vencido el aceite hirviendo:
ese pensamiento no lo asedia, no lo deshonra.
Se ha amigado con el agua, se ha transfundido
                     en la amistad omnicomprensiva.
No hay en su rostro el orgullo levísimo, pero si dice:
allí donde me amisté con el aceite hirviendo,
id y construid una pequeña iglesia católica.
Esa iglesia es aún hoy, porque se alza sobre el martirio de San Juan:
Su prueba la del aceite hirviendo, martirizada su sangre.
Levantad una iglesia donde el martirio encuentre una forma.
Todos los martirios, la comunión de los Santos,
todos a una como órgano, como respiración espesa,
                    como el sueño del ave,
como el órgano alzando y masticando, acompañando la voz,
el cuerpo divino comido a un tiempo en la comunión de los Santos.
El martirio, todos los martirios, alzando una verdad sobrehumana:
El senado consulto no puede declarar sobre la divinidad de los dioses.
Sólo el martirio, muchos martirios, prueban como la piedra,
hacia sí, hacia el infierno sin fin.
Los romanos no creían en la romanidad.
Creían que combatían sus pequeños dioses, hablando
de la ajena soberbia, y que aquel Dios era el Uno que excluía.
era el Uno que rechaza la sangre y la substancia de Roma.
La nueva romanidad trataba de apretarse en Roma,
la unidad como un órgano proclamando y alzando.
Pero ellos volvían y decían sobre sus pequeños dioses,
que había que pasar por la Puerta Latina,
que el senado consulto tenía que acordar por mayoría
de ridículos votos que habían llegado nuevos dioses.
Llegaría otra prueba y otra prueba
pero seguirían reclamando pruebas y otras pruebas.
¿Qué hay que probar cuando llega la noche
y el sueño con su rocío y el rumor que vuelve y abate,
o un rumor satisfecho escondido en las grutas,
                       después en la mañana?
En Roma quieren más pruebas de San Juan.
El martirio levantando cada pequeña iglesia católica,
pero ellos seguían: pruebas, pruebas.
Su ridícula petición  de pruebas,
pero con mantos sucios y paños tiznados
esconden sus llagas abultadas,
como la espiral del canto del sapo enviada hacia la luna,
pero le ha de salir al paso el frontón de piedra,
del escudo, del cuchillo errante que busca las gargantas malditas.
San Juan de nuevo está preso,
y el Monarca en lugar de ocultar el cuadrante y el zodíaco
y las lámparas fálicas que ha hecho grabar en las paredes altivas,
ha empezado a decapitar a los senadores romanos,
que llenos de un robusto clasicismo han acordado
                         que ya hay dioses nuevos.
San Juan está de nuevo en el calabozo, serenísimo,
como cuando sus lecciones de Éfeso y cuando vio que el óleo hirviendo
penetraba en su cuerpo como una concha pintada,
o como un paño que recoge el polvo y la otra mitad
es de sudor y el aire logra tan sólo la eternidad de ese paño
                         y polvo y sudor.
San Juan pasa del calabozo al destierro, y su madre,
desmayada que fue en una nube,
se acoge a la muerte, y puede estar serena:
el destierro es también otra nube, acaso pasajera.
Y mientras San Juan está en el destierro, 
el cuerpo de su madre está escondido en una caverna.
San Juan cree que el destierro es una caverna,
pero es que está sintiendo en una noche invisible
que su madre está en una caverna.
Las pesadillas de la madre insepulta,
escondida en una caverna, no corroen su visión admirable.
Cuando San Juan quiso cortó  las ramas de la sombra reproducida,
que ya no volverá a saltar en el bastón del Monarca.
Y saltó del destierro a la nube, de la nube bajó a la caverna,
como en la línea de un ave,
como la memoria de un astro húmedo y remontado.
La madre está muerta en la caverna,
pero despide lentas estrellas de un aroma perpetuo.
La nube que trajo a San Juan se va extendiendo por la caverna,
como el órgano que impulsa las nuevas formas del Crucificado.
San Juan  no tiembla, apenas mira, pero dice:
Haced en este sitio una pequeña iglesia católica.


José Lezama Lima ( La Habana, Cuba, 1910- 1976) Poeta, novelista, cuentista, ensayista y crítico.




jueves, 7 de marzo de 2024

Alejo Carbonell: Estoy harto del cielo, dijo el niño de tres años

 

Alejo Carbonell











La zona imprecisa
entre la tarde y la noche provoca
un zumbido perceptible por los perros y los solos
el azul va oscureciendo y toca
aquello en lo que cree
cree en lo que toca
su viento, el suave y sustancioso
que puede hablar de bueyes perdidos pumas
heridos, acorralados
por la naturalización de la naturaleza.

Hacemos un fuego y quedamos mirando
las llamas como antes cuando
                       —las sombras estaban apretadas debajo nuestro—
vimos un avión que en el celeste
brutal parecía transparente
sus dos chorros de aire
buscando acercarse a espaldas de la nave.

Los paralelos se tocan
cuando dejas de mirarlos.

El paso del avión interrumpió el juego
del niño que alzó sus ojos
con las manos sumergidas en el polvo.
Si un pasajero nuevo se asomó por la ventanilla
encontró a un hombre tendido en una reposera
mirando a un niño
que detuvo su juego, la tierra
para buscar el avión, sin expectativas.

Otra trinidad es posible.
Una lengua de fuego rompe la anterior
pero sentarse frente a las llamas no es gran cosa
esa experiencia ancestral ya no debe ser contada
la experiencia no es poesía
el compromiso no es poesía
la poesía es poesía
pedir más sería injusto.

Hace unos días dijo
“todo lo que tiene cabeza se mueve”
y pensé en un tren
un puma herido, un río
(¿no han visto su cabeza, plateándolo todo alrededor?)

Su mamá lo toma de la muñeca
y lo lleva hasta la enredadera
para mostrarle una mariposa
el sigilo los flota
la imposición resulta una maravilla.

Se va rápido la última luz de la tarde
hay que entrar, dice el niño de tres años
parece tener todas las repuestas
está claro que es mi hijo menor
y que su nombre tiñe este poema
más que la noche lanzada
a pique sobre nuestras cabezas.

El humo prendió en la ropa
el chisperío por momentos
es más poderoso que los grillos.


Alejo Carbonell (Concepción del Uruguay, Entre Ríos, 1972).  Poeta, narrador, editor y gestor cultural. En poesía ha dafo a conocer entre otros títulos: A los techos, Córdoba, Borde Perdido Editora, 2020, Sendero luminoso, Córdoba, Recovecos, 2012, Pescados (Premio Luis de Tejeda), Córdoba, Editorial Municipal de Córdoba, 2006.

 








viernes, 1 de marzo de 2024

Jorge Guillén: 3 Breves

 

Jorge Guillén



















ESCRITURA y LECTURA

Babel, aún Babel,
amenazante cerco discordante
que entre sus ruidos rompe mis palabras,
grotescas de aquelarre,
el aquelarre de la mente oscura
que todo lo ve sucio, que no sabe
de claridad, de cuerpos
gloriosos, inmortales:
esas palabras en que vive el hombre,
siempre errabundo entre los disparates.


ESTADO de SITIO

¡Es más precaria la vida
de todos  en estos barros
últimos de guerra y crimen,
o va alarmándome el trato
de la edad que suavemente,
gris a gris y paso a paso,
avanza por la conciencia
del tráfago como tránsito?
¡Que mi edad no es peligrosa?
Vivo en un fuerte sitiado.


GREY POLÍTICA

Oratoria ante multitudes.
¿Las palabras nos apedrean?
Ni pedruscos son del arroyo.
¿Hay corriente en su transparencia?
Sólo cieno que, seco viejo,
con choque de plasta golpea
las frentes correligionarias.
Ved como acumulan paciencia
para llegar a perdonar
que la voz retumbe ya muerta.

Jorge Guillén Álvarez (Valladolid, 18 de enero de 1893-Málaga, 6 de febrero de1984). Poeta, critico, traductor y docente universitario. La editorial Sudamericana de Buenos Aires publicó su monumental Cántico.   





miércoles, 28 de febrero de 2024

José Emilio Pacheco: La Diosa Blanca y otros Poemas

       
José Emilio Pacheco 

 
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                               


                                                                                                                                                                                                                                                                           La Diosa Blanca

Porque sabe cuánto la quiero y como hablo de ella en su ausencia,
la nieve vino a despedirme.
Pintó de Brueghel los árboles.
Hizo dibujo de Hokusai el campo sombrío.

Imposible dar gusto a todos.
La nieve que para mí es la diosa, la diosa, la novia,
Astarté, Diana, la eterna muchacha,
Para otros es la enemiga, la bruja, la condenable a la hoguera.
Estorba sus labores y sus ganancias.
La odian por verla tanto y haber crecido con ella.
La relacionan con el sudario y la muerte.

A mis ojos en cambio es la joven vida, la Diosa Blanca
que abre los brazos y nos envuelve por un segundo y se marcha.
Le digo adiós, hasta luego, espero volver a verte algún día.
Adiós espuma del aire, isla que dura un instante.


Chapultepec: La Calzada de los Poetas                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                En el bosque de Chapultepec y cerca del lago hay una calzada                                                                     en que se levantan bustos de bronce a los poetas mexicanos.
                                                        Guía de la ciudad de México

Acaso más durable que sus versos el bronce
y nadie alza los ojos para mirarlos.
Aquí en el bosque sagrado,
cerca del lago y la fuente,
en medio de los árboles que se mueren de sed,
por fin se encuentran en paz.

La hojarasca de otoño les devuelve en la tarde
palabras que dejaron sin saber para quién ni cuándo.

Y perduran en bronce porque escribieron.
(No para estar en bronce escribieron.)

Extraña sensación esta vida inmóvil
que sólo se reanima cuando alguien los lee.


¿Qué leemos
cuando leemos?
¿Qué invocamos
al decirnos por dentro lo que esta escrito por ellos
en otro tiempo, incapaz
de imaginar el mundo como es ahora?

Algo muy diferente sin duda alguna.
Se gastan las palabras, cambia el sentido.

Aquí bajo el sol, la lluvia, el polvo, el esmog, la noche
yacen los prisioneros de las palabras.


Orquídeas

¡Qué hacen aquí
estas orquídeas demasiado sexuales?
Son lo salvaje, lo vivo,
lo perdurable por efímero.
todavía huelen a selva,
a liana, a gruta, a humedad.
Su blancura veteada de violeta
impugna
esta sala elegante que las condena a ser ornamento.

No saben lo que valen estas orquídeas bárbaras,
muriéndose
ante el televisor de pantalla inmensa,
la videocasetera de lujo,
el celular y los discos ópticos,
el Kitsch irredento
en las altivas fotos familiares
de quienes conquistaron este mundo
destruyendo con su ganado y su ganancia
la misma selva condenada a morir
que hizo posible las orquídeas.


El Ave Fénix

                          A Eliseo Diego

Arde en la hoquera de su propio vuelo.
Bajo el cuerpo de lumbre ella es el sol.
Su resplandor la atrae y la convierte en ceniza.

Viaja a su íntima noche, se asimila
Al leve polvo errante de los muertos.

Pero entre lo deshecho se rehace.
Toma fuerza del caos, se teje en luz
y amanece en la llama indestructible.



José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 1939- Ciudad de México, 2014) Poeta, narrador, cuentista, novelista, traductor, crítico y periodista.









lunes, 26 de febrero de 2024

Alfredo Martínez Howard: 2 Poemas

                                                                                                                                                                              
Alfredo Martínez Howard, dibujo Julio Martínez Howard

   
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                             
                                                                                                                                                                            
La Heredad

Aquí estaba la selva, la que emboscó a la infancia.
Queda su dulce huella de gacela miedosa
que un canto enajenaba, que hechizaba una rosa.
Queriéndolos, se ungía de salvaje fragancia.

La selva. Mis jornadas de sombra. La constancia
De unos días labrados en fuerza silenciosa.
Lejos. Como las fuentes, la fabula dichosa
De una voz en alivio de sombras y distancia.

¡Y aquí mi heredad, mía!  ¡Mi selva como un huerto!
Y aquí el ave sagrada y aquí la flor madura.
Y aquí la huella trémula sobre el camino cierto.

Pero a mis pies antiguos, junto a la dulce huella,
también las setas lívidas, la adelfa prematura.
Quiero aguardar sonriendo. ¡Y aún mi heredad es bella!


La Piedra


La piedra que trabajan
las estaciones de la tierra,
la que la historia, el hombre, las corrige,
la que se domestica a pesar de su tiempo,
la salvaje enjaulada
como un león  soberbio
en el confín,
triste ya para siempre
y agresiva
como los ojos de la gata,
es topacio que me mira de lejos
¿es un dios o la Biblia?
Profundamente lúcida,
igual a las edades,
corregida en mi anillo.

Eres capaz de todo
de mi suicidio o de mi encantamiento
y me rodeas 
con el color del sol.
¿Pero eres amarilla
como la luz de las sacerdotisas?

Tal vez me engañas como las doncellas.

¿Nunca te pones triste
con tu color a solas?
Amarilla, amarilla
Color de prostituta,
no te violaron los rubíes    
ni las eternas músicas.

Perfecta estás como la arquitectura,
sin rebelarte, inmóvil,
perfecta, luz de tierra,
de mares y de fuegos,
perfecta hasta mi sangre.
Amarilla lo mismo que el otoño herrumbrado,
amarilla, amarilla, lo mismo que mi muerte,
lo mismo que la vida,
amarilla, topacio de mi pecho.




Alfredo Martínez Howard (Paraná, Entre Ríos, 1910 - La Serranita, Córdoba, 1968) Poeta, periodista y traductor.




Demian Paredes: Marco Lucchesi: traducción de fragmentos de “Paisagem Lunar” (2023)

     
Marco Lucchesi

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                             
TRÍVIA                                                                                                                                                            
“Elogio del fragmento”


El todo no me atrae. Sólo el fragmento, dentro del cual despunta la pulsación del cosmos.

*

Vencida la memoria de la herida, el fragmento es sólo la cicatriz.

*

No conoce descanso, ni admite el sueño de las mónadas. Con la frente bañada de rocío, el insomnio es su estatuto.

*

Un fragmento se abre a los mundos que no dialogan: sueños esparcidos, genios malignos.

*

Rompe el silencio y muere en el silencio: como un rayo, en el corazón de la madrugada, iluminando las cercanías, para naufragar después en la oscuridad.

*

El fragmento suscita un duro black out. Probable sismo de creciente magnitud.

*

Lo discontinuo: falla geológica irreparable, cuya superficie no esconde las semovientes placas de fuego.

*

Da cuerdas vocales a quien perdió la línea de canto. Produce un coro transversal de voces disonantes.

*

La insumisión constituye la primera credencial del fragmento.

*

El fragmento se divide en muchas partes, cada una de ellas espejada, a reflejar, imponderable, la utopía del Todo, por el cual suspiran las partes.

*

La luz de la cuchilla dice más que las virtudes del corte.

*

Dos fragmentos clarifican zonas intangibles. Próximas. Distantes. Castor y Pólux en la Constelación de Géminis.

*

El fragmento repele la lógica del exceso. Reposa, activo, en las arterias de la síntesis.

*

¿Un escrutinio? Todo fragmento produce un grado de iluminación.

*

Crece para dentro de sí, pozo claro de agua fresca.

*

Y, entretanto, el fragmento admite contenidos latentes, área sutil de expansión, motor continuo que no conoce fin, cuando la brevedad tensiona un arco de expansiva resonancia.

*

Fragmento: ¿utensilio de paz o de guerra?

*

Señal de calma después de la tempestad. Despunta en cielo azul, inabordable.

*

Una porosa superficie se desvela, bajo las camadas ilusorias del continuo.

*

Las partes infractoras se rebelan contra el silencio de la estructura.

*

La interjección es la madre de los fragmentos. Su horizonte, impulsivo y arrebatado.

*

La demorada soledad estructural. Y la comunión entre conjuntos distantes.

*

Fragmento: apartada conjunción de geometrías.

*

Ruta de fuga, o fragmento. Disperso en los marcos y forajido.

*

Incómodo grafiti en la di-stancia.

*

No más la enciclopedia universal de Leibniz, pero sí la herencia de cartas de náufragos.

*

Constelación de ideas y archipiélagos: suspendidos en estado larval.

*

Lo incompleto y la sinergia de las potencias.

*

La suma de pedazos no constituye un sistema. Aclara secuencias aditivas, ambiguas, descentradas.

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El fragmento vive de la precisión del corte. El cuerpo en estado de sitio y contrariamente a lo continuo abstracto.

*

Todo es fragmento. Ora, expuesto en carne viva, ora trayendo un plumaje sistemático y estructural.

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“Poética de la vicisitud”

Entre dos lenguas, nada el traductor: animal bifronte, exiliado en una tercera, marcado por el no-lugar. El círculo de incierta adecuación, del que se vuelve prisionero.

*

Recorre una frontera ambigua y delicada. No usa pasaporte, apenas el salvoconducto, expedido ad hoc, para formar el repertorio de analogías intangibles.

*

Aprender una lengua para después desaprenderla. Poner en pie una casa, desde los cimientos, para, mucho más tarde, deshabitarla. Del texto de partida al de llegada: trashumancia verbal. No pasa la traducción de un nomadismo obstinado.

*

Es también acto ilegal, de puro contrabando. La traducción responde a una indeclinable formación corsaria. Se mueven las palabras, insumisas. Fruto del continuo pillaje (semántico).

*

El traductor atraviesa la densidad de los fenómenos. La equivalencia entre las palabras es una quimera, mientras se enamora del oro cintilante de la etimología, delirio en el seno de la interlengua, que acosa la erótica entre los textos. Se resiente el traductor de la nostalgia del objeto perdido, capaz de liderar apenas con fantasmas nominales.

*

Así, todo no pasa de un glorioso naufragio. El capitán es el último en abandonar el barco, ocupado en salvar la realidad implicada. Y, como viejo marinero, desciende al abismo sin temor, dotado apenas de sus deberes: casi fénix: renace de la cesura de la interlengua.

*

La herida narcisista del traductor. Palabras son espejos que lo reflejan, en mil pedazos, como un Midas centípetro.

*

El traductor no es el propietario ni el inquilino de la lengua. Es antes un lector a la procura de una voz.

*

Contra la equivalencia entre las lenguas, emerge el concepto de valor, propuesto por Saussure, en su condición relativa, tatuada en el lenguaje. Es la regla de oro para hacer frente a los tentáculos metafísicos. ¿Y cómo no pensar en Laocoonte?

*

La traducción: no un acuerdo cerrado, antes una proyección in fieri, que no cesa de indagar sus límites, posibles soluciones que repercuten in abstentia, campo minado, casi infinito. La traducción es un gabinete de crisis.

*

“–¿La espesura del ser y la entelequia de la traducción?” –el tiempo conceptual, largamente concebido y aplicado en la lengua segunda, presta equilibrio a una política de los extremos.

*

El traductor no legisla en causa propia. Responde a dos requisitos generales: la ética del dislocamiento y el magnetismo verosímil, acercando conjuntos que no serán jamás biunívocos.

*

La traducción que elide el silencio del original incurre en el crimen de expansión pantagruélica y devora las células rítmicas y los valores negativos de la pauta. Todo por simple horror al vacío.

*

Un tratado de cábala enseña más intensamente que decenas de manuales de teoría.

*

El cabalista propone una intimidad textual sin precedentes, viaje a la superficie del verbo, cuando la lengua se fragmenta y genera nuevas dimensiones morfosintácticas, atento al espacio que florece entre las palabras.

*

Palabras anfibias, multifacéticas, en las combinaciones producidas por la rotación de los signos y por la vibración de valores derivados. Las notas alfanuméricas de Bach.

*

La traducción de la mística hebraica debe mantener su plurisignificación original, como en el Cantar de los Cantares y en el approach poliédrico de Ulises.

*

El alquimista y el traductor forman un todo. La oficina debe estar bien dispuesta, pues la química de las combinaciones exige un gran lapso de tiempo. El oro filosofal despunta como vestigio en las manos que tocan el texto y de él extrae intrínsecas virtudes: que no se limitan al “estado de diccionario” porque producen escenarios de contaminación.

*

Como un ornitorrinco solitario, entre dos mundos paralelos, el traductor se alimenta de la coincidencia de los opuestos.

*

Primero la orientación textual. Luego enseguida, el espejismo de sus coordenadas.

*

Con el fin de la equivalencia, el apriorismo se torna un crimen sin fianza: la traducción es una praxis, una ruptura estructural.

*

Más cerca de la pragmática, el traductor, casi extranjero de la gramática.

*

No separar jamás lo que no se puede separar: contenido y forma, verbo y silencio, valor y sentido. La traducción corresponde a un estado sinfónico.

*

Se resalta el valor de la cópula en la alquimia para saber que la traducción es tan natural como un hermafrodita.

*

La densidad del texto de partida puede resultar de la potencia de su algoritmo, tal como en la novela de Calvino o en los versos de Hopkins.

*

No se debe perder el algoritmo en el texto-fin (lo determinante en lo determinado).

*

El traductor, dislocado por principio e insatisfecho, crea sin saber una lengua nueva, órgano maleable, casi especular, entre el mundo-menos de Fitche y el mundo-más de Riobaldo. Actitud expansiva y concentrada.

*

Una traducción desprovista de pérdidas recuerda el cráneo de Helena, apuntado por Hermes: despojado de la antigua belleza que lo revistió, sin memoria y sin futuro.

*

La traducción como perenne relectura de un mundo, entre Génesis y Apocalipsis.

*

La traducción es una imposibilidad que es parecida al hicocervo (el gran monstruo de la escolástica). Es en sí misma, una férrea proyección utópica.

*

Poética de la vicisitud, generada por tensión bilateral.

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“Poesía y matemática no son enemigas”

Para el matemático Ion Barbu existe una tierra, de imprecisas coordenadas, donde la poesía y la geometría se encuentran. Tal vez en el espejo de Alicia, en el cuerpo fragmentable del número o en la piel porosa de la palabra, pues todo es lenguaje. O, aún, en el espacio entre las vocales, en la curva imperiosa de un fractal. Siendo lenguaje, también es silencio.

*

La severa progresión de una fórmula puede asustar, como si dentro de ella hubiese un demonio, para los que tienen la aspereza ilusoria de una selva de cactos. Y, de pronto, las cosas se elucidan, cuando elaboramos el proceso, y todo se desdobla mediante una intensa transición. Se sigue el descubrimiento de un mundo solidario y transparente que la fórmula poco a poco desvela y denuncia.

*

El pensamiento fractal es la más bella aproximación de las lágrimas de Heráclito con la sonrisa de Parménides.

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Todo objeto fractal guarda dentro de sí un león. Las garras y los dientes responden por el Caos. Una pregunta insiste por asalto: ¿hasta cuándo ha de permanecer adiestrable?

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No es posible aproximarse a la matemática sin una reserva de espanto ante las camadas más profundas en la destrucción de los números primos. Para Novalis, no puede haber matemático desprovisto de entusiasmo.

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En el centro del rigor matemático, subsiste el derecho de soñar, el mismo que me despertó, en la juventud, la paradoja de Gran Hotel de Hilbert. El matemático es un huésped permanente de este espacio pues, así como el poeta, no sabe ni puede abandonar la metáfora.

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La idea de belleza no se restringe a la simplicidad. Corresponde a una ciencia de los patrones, donde el elemento complejo no se degrada. ¿Y habría razón para?

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La última prueba de un teorema, según Godfrey Hardy, residen en la belleza. Si así no fuese, bastaba sacrificarlo en pro de una razón anestésica, víctima de exigua productividad.

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Considerar más de cerca la fuerza epistémica de la belleza.

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La matemática y la poesía coinciden en cuanto a instancias radicales de creación, con la misma intrepidez de quien se equilibra en una cuerda sobre el abismo.

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Indaga Leopold Kronecker: ¿los matemáticos no son verdaderos poetas innatos?

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Para tratar a las geometrías poseuclidianas y a las teorías de las funciones es necesario mínimamente practicarlas, sin que desaparezcan el sabor y el riesgo de la aventura. Por otro lado, sin un quantum de ingenuidad ontológica, aun mantenida bajo latencia poética, sería arduo reunir dispersas demandas, ingentes multiplicidades, que migran oblicuamente en los dominios casi intransitivos, entre poesía y geometría, cuyo diálogo mal comenzó. Una dosis de no-saber propone salidas de emergencia.

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Dar la bienvenida a la noción de obstáculo epistemológico, en tanto intrínseca espesura de la matemática, como un bello fin de la tarde, límite del pensamiento apolíneo, sin despreciar la belleza de la noche y sus potencias.

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La matemática profunda y la alta poesía se comunican de múltiples maneras y se dilatan bajo el signo de las cosas inútiles, como la entienden Hardy y Pessoa. Inútiles. Sublimes.

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Buscar isomorfismo entre la poesía y la matemática es no realizar el diálogo que antecede a las respectivas métricas, los elementos solidarios y menos vivibles que las unen, justo cuando se muestran casi irreductibles.

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“El Infinito” de Leopardi corresponde a la idea de Hardy y Whitehead, según la cual una formulación muy amplia no puede soltar a una particularidad feliz que acabe por limitarla, confiriéndole sabor. En el poema leopardiano, la vegetación impide el alcance del último horizonte.

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Aproximar la poesía y la matemática en el espacio de un meta-saber. No a través del prestigio que cada cual posea, a fin de evitar un anacrónico proyecto colonial.

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La poesía fractal y la poesía del fractal. Y no se trata de un juego de palabras.

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El matemático sublima la belleza de su oficio, al paso que el poeta acentúa la verdad.

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Tema para un interminable seminario de filosofía: ¿el matemático inventa o descubre?

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Tema para una clase de poesía: ¿cuál es el alcance metafórico de la matemática?

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Pensar a través de palabras. Números. Imágenes. Ganancias y pérdidas. Un paso más: no pensar la música sino en su lenguaje.

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Una tácita nostalgia platónica asombra a algunos matemáticos, inclinados hacia las geometrías poseuclidianas. Imperioso levantar la guardia con las lecturas de Kurt Göddel, un verdadero tónico.

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… Y sobre todo después del “no” de Aristóteles a los números platónicos.

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Relativizar la universalidad de la matemática por encima del paralelo 42 (según Ubiratan d’Ambrosio).

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La poesía y la matemática no combaten.

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Y tampoco la historia de la matemática. Recuperar la plasticidad incierta en la elaboración de los conceptos renueva un conjunto de atajos y encuentros improbables, sobre todo en el ensayo a ciegas, cuando florecen vía interrumpidas. Léase en Objetos fractales el “elogio del regreso a problemas muy antiguos”.

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La historia del pensamiento matemático no se reduce a una teodicea victoriosa del progreso, o a una ideología monocrática de construcción.

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Todavía: la historia de la matemática está hecha de clivajes, detenimientos bruscos, ensayos frustrados, esperas seculares, que la solución de continuidad busca enfrentar con una inteligencia de Horus.

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Según Spengler, la historia de la matemática y de la poesía coinciden como formas de un preciso Zeitgeist, obra de estilo, según cortes epocales bien definidos.

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Así: La matemática griega se distingue de la matemática barroca por la actitud que guardan delante del infinito. En cuanto la segunda lo persigue con denuedo, la primera intenta evitarlo con su escudo de Aquiles, al protegerse del rumor de los irracionales.

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La Quinta de Beethoven y la Isla de Mandelbrot. Se deja arrebatar como quien entrega todas las armas.

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El lenguaje como lugarteniente, graficado en los símbolos matemáticos. Es el poema de Novalis, ante la superación de números, figuras: formas vicarias que ocupan el lugar de una realidad oceánica total.

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Poética de la matemática o matemática de la poesía. La solución más productiva consiste en abrazar la primera y abandonar la segunda.

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Matematizar lo real o decidir poetizarlo: falso dilema que recae sobre el mundo-lengua.

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Una formulación de Ion Barbu: “así como en la estética el lirismo extremo es considerado antipoético, podemos decir que el extremo ideal es antigeométrico”.

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La intuición no es un crimen en la matemática. Anótese: “pocas fórmulas ciegas compaginadas con ideas visionarias”.

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Los poetas y matemáticos griegos abusaban de la analogía y de la lítote para moldear su última expresión.

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La imaginación en la matemática y en la poesía se asemejan: como en un vuelo ciego, idea sin cuerpo, imprecisa demanda que lleva adelante, como quien no sabe, pero presiente, no alcanza, pero intuye.


* Tomado de Paisagem Lunar, Tesseractum, 2023 (https://www.tesseractumeditorial.com.br/paisagem-lunar-ebook).
** Versiones: Demian Paredes, Buenos Aires, 2024
Marco Lucchesi (1963) es carioca, políglota, escritor de poesía, ficciones y ensayos, y traductor. También fue profesor universitario y miembro, desde 2011, de la Academia Brasileña de las Letras, que además presidió entre 2018 y 2021. Actualmente, es presidente de la Fundación de la Biblioteca Nacional.
Su sitio web:
https://www.marcolucchesi.org/
Entre sus libros se encuentran: Adeus, Pirandello, Nove cartas sobre a Divina comédia, Meridiano celeste & bestiário, A memoria de Ulisses, Os olhos do deserto, Sphera, Mal de amor, Poemas reunidos y Teatro alquímico, muchas de estas obras premiadas.
Los libros de Marco Lucchesi han sido traducidos a más de una docena de idiomas, y su novela El don del crimen (Premio Machado de Assis, finalista del Premio São Paulo, y segundo lugar del Premio Brasília) fue publicada en Argentina por la editorial InterZona:
https://interzonaeditora.com/catalogo/narrativa-143/el-don-del-crimen-536
Poemas de Lucchesi han sido traducidos y publicados en “Alpialdelapalabra” en 2023:
https://alpialdelapalabra.blogspot.com/2023/02/marco-lucchesi-poemas-sin-titulo.html
Entre la gran cantidad de trabajos dedicados a su obra, pueden mencionarse dos volúmenes: Estética do labirinto. A poética de Marco Lucchesi (2018), de Ana Maria Haddad Baptista, Márcia Fusardo y Nádia Conceição Lauriti (orgs.) y Marco Lucchesi. Poeta do diálogo (2022), de  Ana Maria Haddad Baptista, Márcia Fusardo, Montserrat Villar González, Júlia Maria Hummes y Márcia Pessoa Dal Bello (orgs.).